Y nunca grita.
Leticia lleva sobre sus hombros el peso de mis errores y nunca me los echa en cara, bendita sea, y cumple quince años y despunta ya en sus Create accountla mujer que, si se lo propone, va a dejar con la boca abierta al mundo. No por mujer, sino por Leticia.
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Leticia ya ha partido camino de mañana. Ya ha estudiado la ruta, sabe cuáles son los atajos, cuáles las paradas y cuáles los tramos en los que toca correr. Pero no sabe que lo sabe. Eso es lo extraordinario. Leticia, lo sé, canta sus penas y sus glorias cada mañana, ante un asombrado público, compuesto a partes iguales de dudas y certezas, de luces y de sombras, de antes y despueses, de gritos y silencios.
Ella será lo que quiera la vida que sea, pero no la zarandearán. Ella ha tomado el timón. Marca su rumbo. Y se deja aconsejar. Pero late en el centro de su intrépida mirada una determinación lúcida y alegre del sentido de la vida.
En realidad, todo lo que quiere Leticia, como todas las personas inteligentes, es que la quieran bien. Y todo el mundo empieza a quererte, Leticia.
Y yo te quiero que me rompo, niña, que doblo mi alma en cuatro esquinas para taparte mientras duermes, que nublan mi razón los ecos de tus risas, que resuenan en mi pecho tus quejas y tus llantos, que siento como míos tus tropiezos y tus logros y que siempre me tendrás detrás para empujarte.
Ahora Leticia está en esa edad en la que sólo cuentan sus amigos y la gente como yo le aburre soberanamente. Pero, a veces, cuando nadie la ve, se acerca a mí por detrás y, sin preámbulos, me abraza; y sin palabras, me pide que la abrace y la acune como cuando bebé, aplastada sobre mi pecho, su cabecita bajo mi barbilla y le cantaba, entre susurros, una y otra vez, la misma canción: