sábado, 24 de octubre de 2015

Hackear facebook gratis

Ea. Sábado de febrero. Las 9 y pico de la mañana. Desayuno sencillo (las lentejas y el pollo que sobró de ayer, que no hay tiempo de cocinar), cafelito y, después de una breve reunión en el baño, me pongo el chándal del Real Madrid, pillo el monovolumen y… ¡al Hackear facebook gratis!

En el camino, insulto a dos o tres conductores cuyos coches son claramente más potentes que el mío; a uno de ellos, incluso, le amenazo de gesto y de palabra (de obra no, que es muy cansao) porque además de llevar un coche más potente, demuestra más habilidad que yo al volante y me la pega en una rotonda. Qué gran invento la rotonda, ¿leer más?

Llego a las diez menos cinco al parquin del carrefú y, como me lo sé de primera, voy directamente al sector 35 impares que es donde se aparca bien, cerca de la puerta, cerca de los carritos… soy un hacha, colegas.

No me pasa lo que a los pringaos, que llegan y no tienen la moneda para el carrito, qué va. Mi llavero es de esos de carrefú que llevan la moneda incluida… es práctico y, porqué no decirlo, bastante elegante, en símil plata.

Llego a la puerta de carrefú a las 10 menos 2 minutos y allí estamos los habituales… los enrollaos, podríamos decir; todos tenemos el mismo gesto de mema satisfacción pintado en el rostro, como diciendo: prefiero madrugar un rato, dormir una hora menos, que no encontrarme luego los lineales todos sobados, sin género en buen estado y una cola de diez minutos en la caja. Je, je…

Domino el carrefú como mi segunda casa. He elaborado una lista que es el colmo de la lógica y la practicidad. Los productos que necesito, ordenados de forma que no necesite hacer paseos estériles. Mi recorrido es razonable y voy llenando el carrito con la aplastante lógica del experto: debajo los briks de leche y las latas de cerveza y PepsiMax, el pan de molde y las patatas fritas encima…

Una señora con aspecto de despistada me pregunta por el pan rallado. Seguramente se ha fijado en el impecable aspecto de mi carrito y en el aire de seguridad que desprenden mis pasos firmes, mi mirada abierta y sincera y mis gestos decididos. La buena señora, que tampoco es, digamos, una novata, se siente desorientada por culpa del cambio que ha operado el lineal por mor de “la semana de la repostería”. Con una sonrisa condescendiente le indico no sólo dónde se ubica el pan rallado, sino que, además, gratis, le doy un valioso consejo sobre qué pan rallado elegir “el de la casa”, le advierto, “es un poco más caro, pero los filetes le quedarán de fábula”. Ella, agradecida, seguramente abrumada por mi arrollador espíritu de buen samaritano, intenta esbozar una sonrisa de agradecimiento y en su rostro se dibuja una desafortunada expresión, como de pingüino, de estupidez helada. No la culpéis, amigos. No es que yo conozca el carrefú. Es que conozco su “psicología”, sé de lo que hablo.

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